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Foto del escritorIsabel Gámez

─ ¿Cuándo comenzaste a escribir?...

Actualizado: 21 dic 2018

Esta pregunta es una de las más frecuentes que le hagan al autor-a en la presentación de su libro, en una entrevista, o en cualquier momento que encarte hablar sobre su novela. Recuerdo, que mi respuesta no fue inmediata, me quedé pensativa, retrocediendo en el tiempo hasta llegar a mis doce años, recordando el regalo de cumpleaños; un diario con bonitas tapas de color Burdeos y un pequeño candado con forma de corazón, sus hojas blancas y filo dorado, y que por más que intentaba escribir, no me atraía la idea de hacerlo sobre mi día a día; eran tan aburridos y monótonos que tal como abría mi diario y miraba esas hojas en blanco, lo cerraba y echaba su candado.


Un buen día ocurrió, que mis padres me castigaron por haber desobedecido sus órdenes; claro está que no fue “un buen día” por el castigo, sino por la consecuencia que trajo consigo.


Mis padres, al igual que la mayoría de los padres de mi pueblo, nos tenían prohibido visitar en horas nocturnas, un lugar llamado «La Muralla» una zona con restos de la antigua muralla árabe, la iglesia de la Inmaculada Concepción que comenzó a construirse en la segunda mitad del siglo XVI adosada a una antigua torre de vigilancia que se convirtió en su campanario… y el cementerio con sus solemnes cipreses… del que decían “que por las noches salían las almas en penas de los que allí yacían esperando el perdón de Dios”... y un sin fin de historias terroríficas con el intento de alejarnos de esa zona tan peligrosa; una atalaya situada a una altitud de 428 metros sobre el nivel del mar, antigua cantera de falsa ágata, donde existían grietas que te conectaban con el interior de las cuevas existentes… donde el aire y la poca luminaria ya de por sí, lo hacía terrorífico.


Pero precisamente no era esa parte de historia lo que nos llevaba a mi amigo Pedro Cuevas y a mí a desobedecer a nuestros padres, y mucho menos pasar miedo, lo que nos atraía de ese lugar era la llegada de la noche cerrando el telón de tan maravillosas vistas de nuestra costa mediterránea y montañas de África, dejándonos ver la inmensidad del firmamento que contemplábamos boquiabiertos… Nos encantaba ver las estrellas; y si eran fugaces habíamos triunfado. Nos divertíamos identificando las constelaciones que íbamos dibujando en nuestra libreta que iluminaba Pedro con su linterna, e imaginarnos mil y una historias sobre "marcianos". Ocurrió, que una de esas noches de verano, nos salió "un alma en pena gritando" que revoloteó muy cerca de nosotros y huimos muy asustados; mi amigo Pedro nunca me contó lo que le ocurrió al llegar a su casa, yo a él tampoco... El "alma en pena gritando" resultó ser un búho real que habitaba en la cueva... y nunca más regresamos a ese lugar.


Con doce años y en una de esas noches de castigo, abrí mi diario y desde entonces, las hojas blancas pasaron a estar escritas, trasladándome con ellas cada noche al inmenso firmamento, a esos lugares y personajes imaginarios que a veces, me hacían dudar, si en algún momento de mi existencia llegué a vivir, y esos eran mis recuerdos...


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